Autor: P. Raniero Cantalamessa


… “Señor, Tú me envías por el mundo a hablar de oración, ¿por qué no me das una oración un poco más fuerte?, porque tengo una oración muy débil, no tengo el coraje de hablar de oración, siendo un hombre de una oración pobre… Y el Señor me contestó como Él contesta, muy simplemente, sin ningún milagro, me dijo: “Raniero, ¿cuáles son las cosas de las que se habla con más fuego y pasión, las que uno posee o las que uno desea?”. Yo contesté: “Señor, las que uno desea”. Y el Señor me dijo en mi corazón, de manera muy simple: “Entonces, sigue deseando la oración y hablando a otros de oración”. Y por eso yo he tenido el coraje de hablaros de la oración, no porque tenga esta oración incesante, sino porque la deseo como vosotros.

Y esto también se aplica al tema del que vamos a hablar esta tarde. He dicho que este retiro se parece al de los apóstoles preparando Pentecostés. Tengo que añadir que cada retiro espiritual es también un banquete en el que disfrutamos la Palabra de Dios y los dones del Espíritu. Veamos pues, lo que Jesús nos recomienda cuando estamos en un banquete. (Luc. 14, 7-11): Decía a los invitados una parábola, observando cómo escogían para sí los primeros puestos:“cuando seas invitado a una boda no te sientes en el primer puesto, no sea que venga otro más honrado que tú, y llegando el que a uno y al otro os invitó, y te diga: “Cede a éste tu puesto” y entonces con vergüenza vayas a ocupar el último lugar. Cuando seas invitado ve y siéntate en el último lugar para que cuando venga el que te invitó, te diga: “Amigo, sube más arriba” Entonces tendrás gran honor en presencia de todos los comensales porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.”

Ya el Señor empezó a hablarnos de humildad con el texto del profeta Isaías que ha sido leído poco antes, donde el Señor decía: “Abrid, abrid caminos, allanadlos, quitad los tropiezos del camino de mi pueblo, porque así dice el Altísimo cuya morada es eterna y cuyo nombre es santo: Yo habito en un lugar elevado y santo, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir el espíritu de los humillados y animar los corazones contritos.” Permaneciendo dentro del tema general de estos días, que es el tema de la santidad, quiero hablar en esta meditación de la HUMILDAD CRISTIANA. El tema particular que yo había sugerido para este retiro de servidores era: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Y como subtítulo yo había sugerido “Servidores según el corazón de Dios”. Y vamos a ver cómo es un servidor según el corazón de Jesús.

Jesús nos acaba de decir al final de la parábola que hemos escuchado que “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. Pero ¿qué significa humillarse?. Estoy seguro de que si les preguntara a varias personas qué es para ellos la humildad, obtendría una gran cantidad de respuestas diversas, conteniendo cada una algo de verdad, pero incompletas. Si se lo preguntase, por ejemplo, a un hombre que por temperamento está un poco inclinado a la ira, a la violencia, inclinado a defender su punto de vista con fuerza, me respondería tal vez:”La humildad es no levantar la voz, es no hacerse el prepotente en familia, ser más suave y más dócil con la esposa”. Si se lo preguntase a una muchacha, probablemente me respondería:”Ser humilde sería para mí no ser vanidosa, no tratar de captar las miradas de los demás, no vivir sólo para mí misma o para la elegancia exterior”. Un sacerdote me respondería: “Ser humilde significa reconocerse pecador, tener un sentimiento bajo de sí mismo”. Pero fácilmente se ve que todavía no se llega a la raíz de la humildad.
Para descubrir la verdadera raíz de la humildad se necesita como siempre acudir al únicoMaestro, que es Jesús. Él dijo: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. En cierto tiempo, confieso que esta frase de Jesús me dejaba desconcertado, perplejo, porque ¿en qué lugar se encuentra humilde Jesús?. Al leer el Evangelio no se encuentra por ningún lado ni siquiera la más pequeña admisión de culpa por parte de Jesús. Esta es, por otro lado, entre paréntesis, una de las pruebas para mí más fuertes de la unicidad y de la divinidad de Cristo. Jesús es el único Hombre que ha pasado por la faz de la tierra, entre amigos y enemigos, sin tener que decir nunca: “me equivoqué”, “he pecado”, sin tener que pedir perdón a nadie, ni siquiera al Padre celestial. Su conciencia se nos muestra transparente como un cristal. No lo empaña ni el más pequeño sentido de culpa, Jesús no tiene complejos de culpa. De ningún otro hombre, de ningún fundador de religiones se ve algo semejante.

Así que Jesús no fue humilde, si por humildad entendemos el hablar o sentir lo más bajo de nosotros mismos, admitir que nos hemos equivocado. Puede Él decir con toda firmeza y serenidad: “Quién de vosotros podrá culparme de pecado?”. Y todavía más, Jesús dice:”Vosotros me llamáis Maestro y Señor y decís bien, porque de verdad lo soy”. Y con todo esto, Jesús dice con seguridad: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Él dice también: “Hay alguien aquí que es más que Salomón, hay alguien aquí frente a vosotros que es más que Abraham”, y sin embargo Jesús se define “humilde de corazón”.

Entonces hermanos, la humildad no es precisamente eso que estamos acostumbrados a pensar, sino algo más que debemos descubrir juntos en los Evangelios. ¿Qué hizo Jesús para ser y decirse humilde?. Algo muy simple: se abajó, descendió; pero no con el pensamiento o con las palabras, ¡no!, con hechos. Jesús descendió, se humilló. Encontrándose en la condición de Dios, en esa condición en la que no se puede ni desear ni tener nada mejor, ¿qué hizo? descendió, tomó la condición de siervo.
“Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y la muerte de cruz”.
Y en cuanto inició este vertiginoso descenso, desde Dios hasta esclavo, todavía no se detuvo ahí, siguió descendiendo toda su vida. Se puso de rodillas para lavar los pies a sus discípulos, diciendo: “Estoy en medio de vosotros como quien sirve”. No se detuvo hasta no tocar el punto más lejano, al cual no puede llegar criatura alguna: la muerte. Pero precisamente ahí, en el punto extremo de su abajamiento, lo alcanza el poder del padre que se llama Espíritu Santo, se apodera del cuerpo de Jesús en la tumba, lo vivifica, lo resucita y lo exalta sobre cualquier otro, y “le da el Nombre sobre todo nombre” y ordena que “toda rodilla se doble ante El”. Aquí tenemos la realización máxima de la palabra de Jesús: “El que se humilla será ensalzado y el que se ensalza será humillado”.
Si la contemplamos en este espejo, que es Jesús, la humildad se nos presenta pues, no como una cuestión de sentimientos, es decir, sentir lo más bajo de sí mismo, no es una cuestión de hechos, de gestos concretos; no es un asunto de palabras, sino de realidades, de acción. La humildad perfecta, por lo tanto, no está en ser pequeños, porque se sabe que uno puede ser pequeño y no humilde, quizá es su condición social… No está tampoco en sentirse pequeño, porque uno puede sentirse pequeño, insignificante y no ser por esto humilde, puede ser fruto de un complejo de inferioridad, de auto-lesión u otras enfermedades psicológicas.

Repito, la humildad perfecta, pues, no está en el SER pequeños, no está en SENTIRSE pequeños, no está tampoco en DECIRSE o PROCLAMARSE pequeños. Lo sabemos muy bien, uno puede proclamarse pequeño y no estar convencido en el corazón. Esto sería hipocresía. Entonces, ¿en qué está esta bendita humildad perfecta? No en ser pequeños, no en sentirse pequeños, no en decirse pequeños… Está en HACERSE pequeños y hacerse pequeños por amor de los demás: HACERSE. La humildad es la disponibilidad de descender, de hacerse pequeños y de servir a los hermanos. Es la voluntad de servicio y todo hecho por amor y no por otros motivos. En cierto sentido podemos decir que la humildad es gratuidad, es abajarse sin ningún interés o beneficio propio.
La parábola de los invitados al banquete continúa con estas palabras de Jesús:”Cuando des un banquete invita a los pobres, lisiados, cojos, ciegos y serás dichoso porque no tienen para pagártelo”. Es un servicio gratuito porque no se espera nada a cambio. En esto, la humildad se manifiesta como la hermana gemela de la caridad. Como un aspecto del “ágape” cuyo elogio proclama San Pablo en el capítulo 13 de la Primera Epístola a los Corintios. Al decir San Pablo que la caridad no se envanece, no se infla, no falta al respeto, etc. es como si nos dijera que la caridad es humilde y la humildad caritativa.

Ser humilde, según el modelo de Jesús, significa por consiguiente, desgastarse gratuitamente, no vivir sólo para sí mismos, cuando pretendemos el aplauso, los reconocimientos, manchamos la humildad porque rompemos la gratuidad. Jesús nos diría: “Has recibido ya tu recompensa”.

Se dice con toda razón que LA HUMILDAD ES LA VERDAD. Es volver a la verdad sobre nosotros mismos. Es reconocer que nuestro lugar no está sobre los demás, sino estar por debajo. Santa Teresa de Jesús escribió: “Me preguntaba un día por qué el Señor ama tanto la humildad y de pronto me vino a la mente, sin que yo reflexionara en ello, que se debe a que Él es la suma Verdad y la humildad es la Verdad”.

También San Pablo habla en estos términos acerca de la humildad, cuando dice: “Si hay uno que se figura ser algo ente vosotros cuando no es nada, él mismo se engaña”. Se podría decir que para el apóstol la humildad es sobre todo sobriedad espiritual, es decir, sentir de manera sobria, sana, podríamos decir objetiva, no excesiva, no exaltada, acerca de sí mismo. Dice: “No os sobreestiméis más de lo que conviene estimaros, sino estimaros moderadamente, objetivamente, según la medida de fe que Dios os concedió”. En el original griego, la frase tiene este sabor: “valórense de manera sobria”. Un poco más adelante, en la misma carta a los Romanos, dice: “No os hagáis una idea demasiado alta de vosotros mismos”.
¿Dónde encontramos la humildad en este estado puro?: cuando nos bajamos a servir por amor de forma pura y gratuita. Tenemos necesidad de llegar a tocar este fundamento, porque de él saca toda su fuerza y su atractivo, la virtud de la humildad cristiana. Este fundamento no se encuentra en los hombres, ni siquiera entre los santos más santos, sino solamente en Dios, en la Trinidad.

Existe una oración de San Francisco de Asís que sin duda es auténtica porque se conserva en Asís en un papel escrito de su puño y letra. En esta oración llamada “Alabanzas al Dios Altísimo” propone una alabanza verdaderamente carismática, es una plegaria carismática. “A y dice, entre otras cosas: “Tú eres caridad, Señor, Tú eres Sabiduría, Tú eres Humildad, Tú eres Paciencia, Tú eres Belleza, Tú eres Seguridad, Tú eres Justicia, Tú eres  Templanza, etc.” La primera vez que leí esta expresión de San Francisco, mi padre, “Tú eres Humildad”, dirigida a Dios, dije para mis adentros: “Padre mío, San Francisco, aquí ya no te entiendo. Tal vez no sabías lo que estabas diciendo. Estabas haciendo una lista de las virtudes que se encuentran en Dios y has puesto en esa lista también la humildad sin darte cuenta, tal vez, de que la humildad es una virtud que no se puede encontrar en la Trinidad, que es todo Gloria, Santidad, Esplendor y Poder”. Pero el equivocado, por supuesto, era yo. El santo tenía razón. Más aún, él nos ha dado con aquellas palabras una de las definiciones más delicadas y más sublimes de Dios: Dios es Humildad.

Nuestro Dios, solamente el Dios de los cristianos, del Evangelio, es humildad. Si humildad significa bajar desde sí mismo por amor; Dios es humildad, porque desde la posición en que se encuentra Dios no puede hacer otra cosa que bajar. Por encima de Él no hay nada, ¿hay algo por encima de Dios?: No. Por lo tanto, Él no puede subir, enaltecerse. Cuando hace algo fuera de Sí mismo, “ad extra” de la Trinidad, esto no puede ser sino un abajarse, humillarse. Y eso es lo que siempre ha hecho Dios desde la Creación del mundo. La historia de la Salvación no es sino la historia de las sucesivas humillaciones de Dios. Y eso es lo que opina San Francisco cuando escribe: “Mirad, cada día Él se humilla como lo hizo al bajar de la sede real al seno de la Virgen. Cada día baja desde el seno del Padre al altar en la Eucaristía. Cada día Dios se humilla”. Y refiriéndose precisamente a la Eucaristía en una carta, San Francisco añade:”Mirad, hermanos, la humildad de Dios”. Asombrado, San Francisco exclama: “¡Mirad,hermanos la humildad de Dios!”.

En seguida me di cuenta de que ésta había sido una idea ya familiar a los Padres de la Iglesia, médula de la tradición espiritual de la Iglesia. Ellos, los Padres hablaban de la “synkatabasis” de Dios, término griego que podemos traducir por “condescendencia”, es decir, hacerse pequeño para poder acercarse al hombre y bajar a su nivel, este es el sentido de esta palabra” condescendencia”.

San Juan Crisóstomo que apreciaba notablemente este término, dice que “la Creación es un acto de condescendencia de Dios, porque Dios se abaja. La Biblia es el documento de la humildad de Dios, porque cuando inspira la Biblia, Dios se humilla, se abaja a balbucear el lenguaje humano, como haría un padre o una madre con un niño pequeño.” En la Encarnación, Dios se abaja, se humilla, pero también Pentecostés es un acto de humildad de Dios. Nosotros hablamos del descenso del Espíritu Santo, esto es una metáfora, pero tiene un significado espiritual. El descenso del Espíritu significa que el Espíritu se humilla, se abaja, condesciende.

Después de todo esto, he comprendido por qué mi padre San Francisco en el Cántico de las Criaturas escribe hablando del agua: “Alabado seas mi Señor por la hermana Agua, que es muy útil y humilde y preciosa y casta”. Entendemos fácilmente por qué la hermana agua es casta,porque si no está inclinada es transparente. Entendemos fácilmente por qué es preciosa y útil, y ¿por qué la definición de humilde?, ¿por qué es humilde el agua?. Si pensamos, los océanos ocupan la mayor parte de nuestro planeta, y sin embargo, el agua es el símbolo mismo de la humildad. ¿Por qué?, porque el agua nunca sube, donde está siempre desciende hasta ocupar el último lugar, el más bajo.

Dios es humildad y ¿qué hemos descubierto con esto, hermanos? ¿Solamente una idea teológica más?. Debemos ser humildes para ser hijos del Padre nuestro celestial, para aprender de nuestro legítimo Padre, porque si no somos humildes no somos hijos de nuestro Padre que está en los cielos, sino de otro padre muy distinto. ¿Quién es en el universo aquel que tiene la osadía, precisamente, de querer subir?. ¿Quién es aquel que dice: subiré al cielo, sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, me igualaré al Altísimo?. Ya sabemos muy bien de quién se trata.
Se necesita, pues, ser humildes para aprender de nuestro Padre. De no ser así, Jesús tendrá que decirnos también a nosotros lo que les decía a los fariseos que se consideraban hijos de Abraham: “Vosotros hacéis las obras de un padre que no es Abraham”.

Ahora podemos hacernos la pregunta con la que iniciamos: ¿Qué es la humildad?, pero desde un punto de vista diferente, mucho más profundo: ¿la humildad es una virtud hacia nosotros mismos (una manera de sentir de nosotros), hacia los demás (una manera de hablar de manera humilde a los demás) o hacia Dios?. Os dije antes que la humildad es la hermana gemela de la caridad. Como la caridad, se expresa en dos comportamientos relacionados íntimamente entre sí: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón… y al prójimo como a ti mismo”. Igualmente tratándose de la humildad, la humildad verdadera consiste en ser humildes para con Dios y humildes para con el prójimo. Las dos cosas a la vez. No se puede ser humilde delante de Dios en la oración si no se es humilde con los hermanos; ser humildes ante Dios significa ser niños, ser los “anawim” de quien habla la Biblia, es decir, los pobres que no tienen a nadie en quien apoyarse, nada más que en Dios; significa no confiar “en los carros ni en los caballos”, ni en la propia inteligencia, ni en la propia justicia. Y todo esto está muy bien, pero si tú no eres humilde con el hermano que ves, ¿cómo puedes decir que eres humilde con Dios a quien no ves?. ¿Si tú no lavas los pies del hermano que ves, ¿qué significa querer lavar los pies de Dios, a quien no ves?. Los pies de Dios son tus hermanos.
Como vemos, se puede decir de la humildad las mismas cosas que dice Juan acerca de la caridad. Hay personas que son capaces de decir de sí mismas todo el mal que uno se puede imaginar, durante una oración penitencial, por ejemplo, hacer auto-acusaciones con una serenidad y sinceridad admirables. Pero en cuanto un hermano insinúa que va a tomar en serio sus confesiones, o se atreve a repetir lo que dijeron ellos mismos, saltan chispas. Quiere decir que su humildad no era auténtica y perfecta.
La humildad que estamos descubriendo, hermanos, es un bien que baja del cielo, es aquel don perfecto que viene de lo alto y desciende del Padre de las luces, no es una planta que crezca espontáneamente en nuestra tierra. A la humildad, el mundo no la conoce. Es la sabiduría del Evangelio que confunde la sabiduría del hombre. En este terreno las dos sabidurías se encuentran frente a frente, tanto que San Pablo puede decir: “El que se las dé de listo entre vosotros al modo de este mundo, vuélvase necio para ser listo de veras”. Lo vemos claramente en torno a nosotros, el mundo en vez de cultivar la humildad, exalta el orgullo. Cuando se quiere hablar bien de alguna persona en el mundo, se dice “tiene orgullo, este hombre tiene orgullo, tiene personalidad”. El mundo está estructurado en torno al valor de la competencia, de hacer carrera, es decir, subir más alto en la escala social. A partir de la escuela se les inculca a los jóvenes precisamente a hacer carrera, reafirmarse por encima de los demás, llevar la delantera.
La manera de pensar de Jesús es simplemente el reverso de la medalla. Pero no entendamos mal las cosas. ¿A qué apunta la humildad evangélica?. ¿Tal vez a formar una comunidad de resignados, de gente inerte, carente de empuje que no negocia los talentos?. De ninguna manera. Hubo un filósofo a comienzos de este siglo, se llamaba Nietzche que pensaba que el cristianismo había introducido en el mundo el cáncer de la humildad; porque no había entendido nada de la humildad de Cristo. El cáncer verdadero de la humanidad es el orgullo; por lo tanto, la humildad es el remedio del cáncer, no el cáncer de la humanidad.

La humildad auténtica no significa que tú no debes negociar los talentos recibidos, al contrario, la diferencia respecto al mundo, es que estos talentos tuyos no los utilizas solamente para ti mismo, para imponerte sobre los demás y dominarlos, sino que los utilizas en servicio de los demás. No para ser servido, sino para servir y ensalzar a los demás.
Jesús dice: “Quien quiera entre vosotros ser el primero, que se haga el último, el siervo de todos”. Es posible querer ser el primero en el cristianismo, sólo que el camino es diferente. Yo creo que la humildad fue inventada por Dios, entre otras cosas, para salvar a los matrimonios. El matrimonio entendido como el amor entre el hombre y la mujer, nace de la humildad. Enamorarse de otra persona, cuando se trata de un verdadero caso de enamoramiento es el acto más radical de humildad que puede imaginarse. Significa ir al otro y decirle: “Yo no me basto, no soy suficiente por mí mismo, tengo necesidad de tu ser”. Es como tenderle la mano y pedirle limosna a otra criatura, un poco de su ser. Repito, es el acto más radical de humildad. Dios creó al hombre necesitado, mendigo, grabó la humildad en su misma carne desde que los creó varón y hembra, es decir, incompletos. Hizo de ellos desde el principio dos seres en movimiento, en busca uno del otro, insatisfechos cada uno de sí mismos. Podríamos decir que colocó a la criatura humana sobre un plano inclinado, pero inclinado hacia lo alto, no hacia abajo, porque la unión debería elevarlo desde el otro sexo hacia el Otro por excelencia que es Dios mismo. Por tanto, el matrimonio nace de la humildad.

¿Estáis convencidos?, y si nace de la humildad de la condición humana, no puede sobrevivir el matrimonio más que permaneciendo en la humildad. San Pablo decía a los cónyuges cristianos: “Vestíos de ternura profunda, de entrañas de misericordia, de agrado, de humildad, de sencillez, de tolerancia, soportándoos y perdonándoos cuando uno tenga queja contra otro”. Hablaba explícitamente a los cónyuges. Los esposos tienen que vigilar para que el “otro” del que hablábamos, el espurio, no se instale en medio de ellos la lógica del desquite, de la venganza. No hay que prestar oídos a la voz que grita dentro: ¿por qué tengo que ser siempre yo el que cede, el que se humilla?, (¿son frases extrañas, nunca escuchadas?… me alegro, os felicito).

Ceder no es perder, sino Vencer, vencer al verdadero enemigo del amor que es nuestro egoísmo, nuestro yo, pero en esta ocasión debo decir una palabra también a propósito de la humildad en la Renovación Carismática. Si la Renovación, como se ha dicho con mucha razón, “es restituir el Poder a Dios” (es una definición que me gusta muchísimo de la Renovación Carismática, está tomado de un Salmo “restituir o reconocer a Dios su poder” y alguien, creo que un francés, definió como “restituir el poder a Dios”). Entonces, se comprende lo urgente que es la humildad para la Renovación en el Espíritu. La humildad es lo que impide que la Renovación se despilfarre en cosas humanas. Se necesita que periódicamente devolvamos el poder a las manos de Dios, y esto se hace con la humildad.

Hace falta que aprendamos a decir con el Apocalipsis y con la Liturgia de la Iglesia “TUYO ES EL REINO, TUYO EL PODER Y LA GLORIA POR SIEMPRE, SEÑOR”. Cada vez que olvidamos esto y ponemos en el centro la persona, hay desastres como en Corinto. La humildad en la Renovación es importante como es importante el aislante en la electricidad, cuanta más alta sea la tensión de la corriente que pasa por el cable, más eficiente debe ser el aislante, porque si no: cortocircuito. Entendéis lo que quiero decir, ¿verdad?. Llamas de orgullo, de divisiones… ¡Oh!, yo no estoy pensando en la Renovación en España, no, estas palabras han sido dichas en otros lugares, pero quizá puedan ser también útiles en la Renovación en España.
Recuerdo vagamente las nociones que nos inculcaba a este propósito mi antiguo profesor de Física en el Liceo. El aislante, decía, es una materia inerte, pero es absolutamente indispensable como son los hilos de cobre que transportan la corriente. Estos sirven para transportar la corriente, aquéllos para que no se desperdicie. Los progresos que se hacen en la técnica de la conducción de la electricidad deben siempre acompañarse de un proporcionado progreso en la técnica del aislamiento. De otra manera, repito, cortocircuito.

En especial, la humildad debe resplandecer en los animadores, en los líderes, en quienes desempeñan algún ministerio, como pienso que la mayoría de vosotros. Se requiere que, nos dejemos de cuestionar si reaccionar de inmediato al sentirse uno ofendido. Se requiere que nos dejemos exhortar y corregir por los hermanos. Se requiere que nos dejemos sustituir en nuestro oficio de líderes sin dificultad, sin que tengan que decírnoslo tres o cuatro veces antes de que lo entendamos. Una posible tentación en la Renovación es la de quererse encontrar siempre en aquel punto preciso donde, según nosotros, pasa la corriente del Espíritu, estar siempre en la boca del ciclón, es decir, sin metáforas, ahí donde está la persona más famosa, el grupo más dotado, el más carismático, el más profeta. Está bien querer estar en el punto donde actúa el Espíritu de Dios, está bien, pero el punto donde actúa el Espíritu no es donde está la persona más brillante, porque el Espíritu de Dios tiene la preferencia del ocultamiento.

Por eso, si nosotros queremos estar verdaderamente en la boca del ciclón del Espíritu, corramos a ocupar el último lugar. Ahí el Espíritu encontró a María y la llenó de su poder. La Renovación necesita vocaciones al ocultamiento. Aquel que en la actualidad sienta que tiene esta vocación, diga rápidamente en su corazón un “sí” juntamente con María.
Hace falta que todos nosotros pongamos resistencia a dejarnos sacar del último lugar. Los hermanos deben encontrar nuestra resistencia en sacarnos del último lugar, no en sacarnos del primero. Hace falta, además, humildad también en las relaciones entre nosotros los de la Renovación y los hermanos que sirven al Señor en otros grupos y realidades eclesiales; que nunca haya una mentalidad de “elegidos” que lo eche a perder todo; no nos sintamos carismáticos en el sentido de dotados de particulares poderes de líderes, sino sólo en el sentido de servidores del Espíritu.
Voy a terminar refiriéndome a los frutos de la humildad.Hemos buscado la raíz de la humildad y la hemos descubierto en Dios mismo, y en Cristo. Hemos considerado su tronco, las ramas, ahora cosechamos los frutos de la humildad ¡son tantos los frutos de la humildad!…. Numerosísimos. Y unos más exquisitos que otros, pero a mí me agrada en este momento detenerme en estos dos frutos:- la humildad atrae la complacencia de Dios- la humildad nos reconcilia con los hermanos
El humilde es visto por Dios con ojos de Padre, con ternura y simpatía. El profeta Isaías en otro lugar nos invita a seguir la mirada de Dios que se dirige aquí y allá por el universo entero en busca de un lugar donde posarse y no lo encuentra porque todo es suyo, todo ha salido de sus manos, el cielo es su trono y la tierra también, hasta que encuentra, ¿qué encuentra?, un corazón contrito y humillado y en él descansa. Está escrito:”El Señor es sublime, se fija en el humilde y al soberbio lo trata a distancia”.

Como el Señor desde la posición en la que está no puede subir por encima de sí mismo, como hemos visto, así podría decirse que no puede mirar por encima de sí mismo, no hay nada por encima de Dios para mirar. No puede hacer más que bajar la mirada hacia abajo. “Si tú te enalteces, escribe San Agustín, El se aleja de ti; en cambio, si te abajas, El se inclina hacia ti”. Por eso María dijo: “Ha mirado la humildad de su esclava”.
El otro fruto, decía, se refiere a los hermanos. La humildad conquista a los hombres. Es una cosa curiosa, el mundo no entiende la humildad, los hombres en general no son humildes, sin embargo saben reconocer a primera vista quién es humilde. Tanto en la Renovación como en la Iglesia no hay defensa que valga tanto, como un acto de verdadera humildad.
Y termino recitando con vosotros el salmo 131 que canta precisamente estos maravillosos frutos de la humildad:”Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros. No pretendo grandezas que superan mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre; como un niño está en tus brazos, mi deseo”.

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