Navidad

Fuente: La Civilta Cattolica

En cada Navidad que celebramos, Jesús, el Hijo de Dios encarnado, nace para nosotros y viene al encuentro de nuestra vida cotidiana, para iluminarla y darle pleno sentido. Los pesebres, que tanto apreciamos, representan así el nacimiento del Salvador: Jesús nace en el entorno de un pequeño pueblo, en la vida cotidiana de la gente, compartiendo penurias, marginación y dificultades.

Sólo una mirada atenta y desprejuiciada habría podido reconocer al Salvador en el niño de la gruta de Belén. Esa fue la mirada de María y José, y, después, la de los pastores y los Magos. A nosotros nos corresponde prolongar esa mirada, reconociendo y acogiendo al Hijo de Dios encarnado y ofreciéndole un lugar en el centro de nuestra vida. Es decir, «abriendo de par en par las puertas» a Aquel a quien se cerraron las puertas cuando estaba a punto de venir al mundo.

Acerquémonos, pues, a la gruta de Belén. Dirijamos nuestra mirada silenciosa al niño acostado en el pesebre; y adoremos con espíritu devoto al Hijo de Dios que se hace nuestro hermano y que, siendo Hijo único, comparte con nosotros el Padre. Este es el don precioso y gratuito que debemos acoger y celebrar en Navidad.

Jesús viene por todos. No hay realidad humana en la que Él no quiera estar presente, redimirla, transformarla, llevarla al Padre, hacerla más humana y más divina por la acción de su Espíritu. La realidad del pesebre es una prueba evidente de esta estrecha unión entre humanidad y divinidad. Una unión que nos atrae, que nos alegra y que nos lleva al encuentro con los demás. La Navidad es una fiesta de acogida, no de exclusión; un tiempo de cuidado y atención, no de indiferencia y marginación; una invitación al crecimiento, no a la resignación. Es Dios mismo, hecho uno de nosotros, que incluye y abraza a todos sin excepción.

Estos pensamientos parecen contrastar fuertemente con lo que vemos a nuestro alrededor y con lo que nos informan en directo cada día los medios de comunicación. Hay que reiterar, pues, que mirar el pesebre no nos aleja de la realidad que nos rodea. En él vemos guerras, desigualdades, explotación, atentados contra la vida inocente, feminicidios, marginación, enfermedades, afrentas a la creación, luto… En el pesebre, como en la cruz, de manera igualmente real, Jesús se identifica y se hace presente en todas las situaciones humanas de sufrimiento, para consolar y redimir.

Este año, de manera especial, nos atrevemos a llevar y celebrar la Navidad a los interminables campos de batalla donde, cada día, la humanidad es derrotada. Pedimos el milagro de ver, más allá de las trincheras y alambradas, hermanos y hermanas, hombres y mujeres, ancianos y niños amados por el Señor. Entonces podrán nacer y crecer deseos de paz y reconciliación y, en lugar de la violencia de las bombas, podrán multiplicarse las obras de justicia y caridad.

Es hora, pues, en esta Navidad, de recordar lo esencial; y lo esencial es la certeza de que el Hijo de Dios ha venido y sigue viniendo entre nosotros. Lo esencial es sentir la cercanía de un Dios que quiere hacernos compañía. Apoyémonos mutuamente con creatividad y afecto, imaginando formas de hacernos presentes a nuestros hermanos y hermanas, especialmente a los que están más solos. Y que la cercanía del niño Jesús fortalezca en nosotros la esperanza: la esperanza que precisamente en este tiempo estamos llamados a vivir y testimoniar.

Deseamos a todos nuestros suscriptores, lectores y amigos una Santa Navidad y un Año Nuevo lleno de esperanza, paz y fraternidad. ¡Que la luz de Belén ilumine y guíe a todos!

La Civiltà Cattolica

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