
“Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los misericordiosos que encuentran en la misericordia la expresión más alta de la justicia y de la fe” (S.S. Francisco).
por Aurelio Cáceres Alvarado – Editor
Para los que hemos tenido el privilegio de ver la película de Juan Manuel Cotelo, “La última cima”, el rostro de este muchacho nos resulta de cierta manera familiar. Sobre él, en el filme, se muestra un breve pero emotivo relato que realiza un amigo del Padre Pablo Domínguez, cuando éste le mostró en cierta ocasión la presente fotografía que Pablo solía tener encuadrada en su oficina.
El diálogo fluye con una primera pregunta de Pablo a José (el amigo) en la que mostrándole la fotografía le pregunta de forma directa:
—Mira José, dime ¿quién es?
José, observando con cierta extrañeza la fotografía no puede reconocer a la persona y responde: —No sé, no me es familiar… ¿no serás tú cuando eras más joven, pero con barba?
—Mira José, éste, es un sacerdote que está mirando a quienes lo están fusilando. Fíjate José, fíjate qué serenidad en su rostro.
José, ciertamente emocionado, agrega luego a la cámara que aquel sacerdote, milésimas de segundo después, era fusilado efectivamente por sus perseguidores.
El nombre de aquel joven sacerdote es Martín Martínez, hoy beato que en el año 1936 fue víctima de la persecución religiosa que se produjo en España como consecuencia de la cruenta guerra civil que tuviera que sufrir este país. Lo que no se cuenta en la película es la vida de este muchacho de 25 años y las circunstancias en las que fue capturado y finalmente muerto.
El 18 de agosto de aquel año, en el pueblo de Valdealgorfa, Teruel, del cual era oriundo el Padre Martín, se llevó a cabo una redada a manos de los enemigos de la Iglesia con el fin de apresar a todos los sacerdotes de aquel lugar. Luego de largas horas de angustia para los presbíteros y de haber podido dar con todos ellos; curiosamente, no lograron hacerlo con el Padre Martín, el que permanecía celosamente cuidado por conocidos suyos que le pedían imbuidos en la incertidumbre que se vivía que se fugara de inmediato. Antes de poder escapar del pueblo una inesperada noticia desgarra el corazón de Martín, pues su Padre, víctima de una cobarde acción por parte de los perseguidores, es capturado y tomado como rehén a sabiendas de que su hijo estaba seguramente escondido en algún lugar del pueblo. Este relato se torna escalofriante a partir de ahora pues uno se pregunta y ¿qué hizo Martín a pesar que los amigos ya en tal circunstancia le rogaban con insistencia que se fuera, que no había ya nada que hacer en aquel momento, que la suerte estaba echada?
En tales circunstancias, tanto la presión de los que te rodean que probablemente vivían un estado de tensión muy grande, como el propio estado en el que se encuentra el perseguido, crean sin lugar a dudas una atmósfera de indecisión e inseguridad agobiantes que pocas veces permiten a uno pensar con objetividad para poder tomar la decisión correcta. Pero no todos viven sostenidos por uno mismo, o al menos se dejan llevar automáticamente por las emociones que los embarga. Hay otros, gracias a Dios, que saben dejarse conducir por el mismo Espíritu, que no se equivoca nunca. Fue así que este joven sacerdote decidió salvar la vida de su padre y se dirigió a sus captores sin mayor titubeo, a enfrentar la situación y poder salvar a su progenitor. De tal forma fue capturado, y murió como mártir de la Iglesia de Cristo junto con todos los sacerdotes del pueblo.
Es elocuente, casi trivial, descubrir en el rostro del Padre Martín Martínez la serenidad de aquel que sabe a consciencia que aquello que viene inmediatamente después de la muerte es la Vida Eterna, el encuentro con el Padre, el culmen de todo el trayecto que se recorre en la vida, la meta final, la recompensa invalorable de todo ser humano.
Me pregunto ¿cuánta gente tendrá consciencia real de esto? ¿Cuántos comprenderán que nuestra vida debe estar por sobre todo entendida como un camino que debemos recorrer tratando denodadamente de llegar a su final? A aquel final en el cual tu Padre y el mío, nuestro verdadero Padre, nos espera ansioso con los brazos abiertos de par en par, para compartir aún más su incomparable amor, y certificar lo que en esta vida no todos saben o no quieren saber… que el frío y el desconsuelo que puedes sufrir en diversas situaciones de tu vida es en realidad una ayuda que ÉL te da, un empujoncito que te permitirá conocerlo más, aceptarlo e ir más seguro en tu andar.
“Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos”. (Mateo 5, 3-12)
¡Ruega por nosotros, Beato Martín Martínez!
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