Luis BELTRÁN nació en Valencia, España, en 1526. Su padre estaba emparentado con San Vicente Ferrer y el niño fue bautizado en la misma pila en que lo había sido el santo 175 años antes. Luis manifestó, muy pronto, que había heredado el espíritu de San Vicente, pues era extremadamente humilde y obediente. A los dieciocho años recibió el hábito de Santo Domingo de manos del célebre P. Juan Mico, que había sido un pastorcillo en las montañas. Santo Tomás de Villanueva le confirió la ordenación sacerdotal en Valencia en 1547. Cinco años después de su profesión, Luis fue nombrado maestro de novicios; desempeñó ese cargo en varias ocasiones, en un lapso de treinta años. Era muy estricto y severo; pero con su palabra y con su ejemplo enseñaba a sus novicios a renunciar sinceramente al mundo y a unirse perfectamente con Diosi. Aunque estudiaba mucho, no llegó nunca a ser un sabio. Su talento de predicador no se mostró claramente al principio; pero con el tiempo adquirió San Luis un gran dominio de la palabra, y sus sermones, saturados de caridad, de espíritu religioso y de humildad, hacían mucho bien. En 1557, la peste empezó a hacer estragos en Valencia y San Luis se consagró por entero a asistir a los enfermos, arriesgando su vida. Por entonces conoció a Santa Teresa, quien le escribió para consultarle acerca de la fundación de un convento de carmelitas reformadas. San Luis replicó: “El asunto sobre el cual me consultáis, me pareció de tan gran importancia para el servicio de nuestro Señor, que decidí encomendarlo a El en mis pobres oraciones y en el Santo Sacrificio; por ello me he tardado tanto en responderos. Ahora os pido, en el nombre del Señor, que os arméis de valor para llevar a cabo esa empresa tan grande. Os aseguro que El no os dejará de su mano y puede decirse en su nombre que antes de cincuenta años vuestra orden será una de las más famosas de la Iglesia de Dios, a cuya protección os encomiendo.”

En 1562, San Luis fue a América a predicar el Evangelio a los indígenas y desembarcó en Cartagena, en la Nueva Granada (hoy Colombia). Cuando llegó, sólo sabía el español, pero Dios le concedió el don de lenguas, el de profecía y el de milagros, como lo dice la bula de canonización. Predicó en el istmo de Panamá y en la provincia de Cartagena y convirtió a miles de almas en tres años. El registro de bautismos de Tubera, escrito por mano del propio San Luis, prueba que todos los habitantes de ese sitio se habían convertido, y el éxito que tuvo en Cipacoa no fue menor. Los habitantes de Paluato se mostraron más rebeldes, pero, durante la siguiente misión que predicó el santo en las montañas de Santa Marta, bautizó a quince mil personas*, así como a quince indios de Paluato que le habían seguido allá. San Luis predicó a los caribes de las Islas de Sotavento (a quienes Alban Butler califica de “los hombres más salvajes, bárbaros y rebeldes de la tierra”, porque trataron de asesinar al santo) y visitó también las Islas Vírgenes y San Vicente en las Islas de Barlovento. Cuando volvió a Colombia, sufrió mucho al ver la avaricia y crueldad de los colonizadores españoles, contra cuyos abusos nada podía hacer. Precisamente tenía la intención de ir a España en busca de remedio, cuando fue llamado por sus superiores a la Madre Patria. Así terminó aquella maravillosa misión, que duró seis años.

El santo desembarcó en Sevilla en 1569 y de ahí pasó a Valencia, donde preparó a muchos celosos misioneros que fueron a continuar su obra en el Nuevo Mundo. Lo primero que les enseñaba era que la oración fervorosa y humilde es el arma principal de un misionero, ya que las palabras sin el ejemplo no son suficientemente poderosas para cambiar los corazones. Durante los últimos dos años de su vida, el santo se vio afligido por una dolorosa enfermedad. En 1580, cuando predicaba en la catedral de Valencia, se sintió mal y debió ser trasladado en brazos a la cama, de la que no volvió a levantarse. Murió dieciocho meses después, el 9 de octubre de 1581, a los cincuenta y cinco años de edad. Fue canonizado en 1671. Es el principal patrono de Colombia.

El P. Bertrand Wilverforce publicó en 1882 Life of St. Louis Bertrand, que es una biografía muy devota y completa; dicha obra ha sido traducida al alemán y al francés y, según parece, también al español. Se basa principalmente en la biografía de San Luis, escrita entre 1582 y 1583, por el P. C. J. Antist, discípulo e íntimo amigo del santo. En Acta Sanctorum, oct., vol. v, hay una traducción latina del texto español, y una biografía escrita en 1623 por el P. B. Aviñone, quien había ido a Roma como procurador de la causa de beatificación y conocía perfectamente los documentos del proceso. En los siglos xvn y xvm, se publicaron varias biografías en español e italiano; pero no hay en ellas ningún dato nuevo. El entusiasmo de la ciudad de Valencia con motivo de la beatificación de Luis Beltrán, en 1608, fue inmenso; ese mismo año J. de Aguilar publicó un libro sobre las fiestas que tuvieron lugar ahí y, en 1914, apareció otra edición modernizada. Véase también a V. Gómez, Fiestas y Sermones (1609).

  • Esos bautismos en masa son más bien un ejemplo del celo que de la prudencia do Sun Luis Beltrán y San Francisco de Solano, puesto que los indígenas no conocían suficientemente la fe ni las obligaciones que el bautismo les imponía. Por lo demás, tales bautismos plantearon más de un problema a los sucesores de los primeros misioneros. Cumulo Mons. Victoria, O.P., tomó posesión de la inmensa sede de Tucumán en 1581, sólo encontró ahí u cinco sacerdotes seculares y algunos regulares, y ninguno de ellos liublulm la lengua de los indígenas.

Fuente:
Vida de los Santos de Butler

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