El libro de las horas

Thomas Merton dedicó su vida a escribir acerca de la contemplación; sin embargo, su propia forma de orar era, de hecho, sorprendentemente simple, centrada por entero en prestar atención a la presencia de Dios, a su amor y a su voluntad. Una especie de alabanza que brotaba del centro de la nada y del silencio… Sin pensar en nada, sino buscando directamente el rostro del invisible.

Mucho se ha escrito sobre Merton el monje, el contemplativo, el maestro espiritual, el profeta social y eclesial, el pionero del diálogo interreligioso, el crítico de arte, cultura y literatura, así como de Merton el poeta… Pero no se ha escrito explícitamente sobre Merton el SALMISTA. Sin embargo hay un salterio virtual a lo largo de todos sus numerosos escritos, tanto en verso como en prosa, que constituye un precioso ejemplo de alabanza cristiana, inequívocamente contemporánea.

El insistía en que su tarea no consistía simplemente en ser poeta o escritor, ni menos aún comentarista o pseudoprofeta, sino básicamente en alabar a Dios desde un centro interno de silencio, agradecimiento y conciencia…

“Mi trabajo no es otra cosa que la expresión anhelante de dicho agradecimiento día a día, con absoluta sencillez, abriendo mis manos por los demás, a todo cuanto pueda llegar, y haciendo que el trabajo forme parte de la alabanza.”

Alguna cascada de elocuencia literaria, no tardó en convertirlo en el único… En la voz única e incomparable de un nuevo y contemporáneo despertar contemplativo, Insuflando en sus lectores un ansia parecida y semejante a la experiencia de Dios…

Por eso decía, “La oración contemplativa es, en cierto modo, simplemente la preferencia por el desierto, el vacío, la pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido de la contemplación, intuitiva y espontáneamente busca el sendero oscuro y desconocido de la aridez con preferencia a ningún otro. El contemplativo es el que más bien desconoce que conoce, más bien no goza que goza, y el que más bien no tiene pruebas de que Dios le ama. Acepta el amor de Dios en fe, en desafío a toda evidencia aparente.

La contemplación es esencialmente una escucha en el silencio, una expectación. En otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz.”

Gracias a Consuelo García Donayre por este maravilloso aporte y su amor en favor del conocimiento de nuestra fe.

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